Hace algún tiempo

Hace algún tiempo
fuimos todas las películas de amor mundiales
todos los árboles del infierno.
Viajábamos en trenes que unían nuestros cuerpos
a la velocidad del deseo.

Como siempre, la lluvia caía en todas partes.

Hoy nos encontramos en la calle.
Ella estaba con su marido y su hijo;
éramos el gran anacronismo del amor,
la parte pendiente de un montaje absurdo.
Parece una ley: todo lo que se pudre forma una familia.

Fabían Casas

Chau

Me llevo un paquete vacío y arrugado de cigarrillos Republicana y una revista vieja que dejaste aquí. Me llevo los dos boletos últimos del ferrocarril. Me llevo una servilleta de papel con una cara mía que habías dibujado, de mi boca sale un globito con palabras, las palabras dicen cosas cómicas. También me llevo una hoja de acacia recogida en la calle, la otra noche, cuando caminábamos separados por la gente. Y otra hoja, petrificada, blanca, que tiene un agujerito como una ventana, y la ventana estaba velada por el agua y yo soplé y te vi y ése fue el día en que empezó la suerte.

Me llevo el gusto del vino en la boca. (Por todas las cosas buenas, decíamos, todas las cosas cada vez mejores, que nos van a pasar.)

No me llevo ni una sola gota de veneno. Me llevo los besos cuando te ibas (no estaba nunca dormida, nunca). Y un asombro por todo esto que ninguna carta, ninguna explicación, pueden decir a nadie lo que ha sido.

Mujer que dice chau.

Eduardo Galeano

tocar fondo, solo para que no quede
otro lugar al que ir
más que hacia arriba.

a veces los silencios son
peores que los abismos.
en cualquier caso ambos
son inhabitables.

de todos modos
si hubiera alguna chance
elegiría los primeros;
se me dan más sinceros.

me mudaría a uno de esos por un tiempo
el necesario hasta que el mundo
se olvide de mí
y no tener que ser quien soy
sino quien quisiera ser
es decir
nadie.

Intervención a Julio

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano
agarrada a la mía,
procurando que no se escape
paseando por donde sea,
hablando de lo que sea
planeando lo que sea
que tenga que venir.

Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo
y que la dejes abierta
para poder entrar y salir
a gusto y piacere
aun sabiendo que yo
me voy a quedar.

¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
¿Y en los días hábiles y en los feriados?
¿y en los días pares y los impares?

¿y en los aniversarios de nacimientos y de muertes?
¿y en los de fiestas de guardar?
¿y en todos los finales de todas las noches?

Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo;
tu camino y el mío y esa intersección
donde afortunadamente se cruzaron
y todo lo que juntos queda por andar.

Vientos de cambio que me arrastran y yo que me dejo fluir, que no impongo ningún tipo de resistencia ante este huracán que se llama vida, que se planta ante mí afirmando que es transmutación, que es latido, que es útero, futuro e infinito.

Estallar

No sé si tenía que ser. Nadie puede hacer historia contrafactual y saber si hubiera sido igual, en otras condiciones. Lo que sé es que me das más certezas que dudas, y que haya sido, es lo mejor que me pasó en la vida. Me dejas sin poesía, toda mi poesía te la doy a diario, a vos, como un regalo único, y cada uno irrepetible, porque no puedo ni repetirme a mí misma, porque cada día me haces sentir más y mejor -amor- y no puedo reconstruir lo que sentía ayer, que hoy queda tapado bajo toneladas de nuevo -o renovado- sentimiento. Y yo seguiré saliendo, cavando pero hacia arriba, siempre buscando la luz y siempre esperando las toneladas nuevas que vengan a aplastarme los huesos, porque es lindo amarte, es lindo sentirse aplastado y a la vez sentir que el corazón se expande y que no cabe en el pecho. Que va a estallar de amor en cualquier momento, y pobre del que tenga que limpiar el desastre.

Misterios

El desorden de mis horarios, de mis comidas, de mis cosas. Mis hobbys inconclusos. Los trabajos intermitentes. Las escalas de valores equivocadas, a ojos de muchos. Noches de excesos y mañanas de faltas. Relaciones poco sanas y amores insalubres. Una excusa para cada ocasión, para no hacer frente, para no mirar para atrás. Un disfraz impermeable, a prueba de todo. Témperas que se secaron, pasaportes perdidos.

¿Eso es lo que puedo darte? Una lista sin sentido, que quiere seguir enumerando. Que quiere intrigarte, que quiere intentar que quieras descubrir un misterio. (Hay que evitar que descubras que el único misterio, es que no hay ninguno).

Kilómetros atrás

Hay palabras que disparan miles de conexiones dentro de nuestro cerebro. Cada uno tendrá sus preferidas, claro. Entre las que yo atesoro, hay una que es el nombre de una ciudad, a la vez que es un rezo y un amuleto para el mismo, pero no es esa la acepción que me concierne. Sí lo es aquella que está a más de 600 kilómetros de mí.

Los nombres de las ciudades que visitamos se llenan de historias y dejan de ser para los viajeros un puntito en un mapa estudiado en el secundario, para ser parte de nuestra realidad, para ser parte de un momento de nuestra historia de vida. Para recordarnos lo que aprendimos, y lo que disfrutamos aprendiendo que no es vital estar todo el tiempo aprendiendo algo. Y esa palabra se convirtió en mi amuleto personal, lleno de mística y de magia. Lleno de recuerdos y de reconstrucciones de recuerdos en común.

Se convirtió en una elipsis en el tiempo lineal que venía siendo mi vida, y mi rutina. Porque no hubo rutina posible, ni quisimos que hubiera. La única rutina concebible era embeberse en una amistad que ya no sé decir exactamente dónde comienza, y que espero no saber decir nunca dónde termina.

Si lo habrá aprendido Ju, y lo aprenderá Ro dentro de poco. Y si lo habremos comprobado juntas, y (rezo porque) lo seguiremos haciendo.

Bohemia

“Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impulso. Yo describo, y defino, y deseo esos ríos, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden, que es su orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y del alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en prejuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, déjame entrar, déjame ver algún día como ven tus ojos.”

Rayuela, Capítulo XXI

Julio Cortázar

henri-cartier-bresson

Nunca te dije te quiero

Nos hicimos amigos, quizás porque ninguno de los dos entendía al amor. No entendíamos a los que se amaban, en otras partes de la ciudad. Nos hicimos amigos en la música, en el vino, en el cigarrillo. Nos hicimos amigos en el sexo, en el sueño, en la comida. Nos hicimos amigos en el vicio y en las historias, con sus mentiras y sus verdades. Nos mirábamos a los ojos, nos besábamos, nos abrazábamos, nos nombrábamos. Nos hicimos amigos.

Hablábamos del amor. Pero por mucho que habláramos, seguíamos sin entenderlo. No queríamos descifrarlo, tal vez porque verdaderamente no queríamos sentirlo. Se estaba bien así. Todo bastaba, no hacía falta nada más. Éramos dos soledades que no querían dejar de serlo, pero que se encontraban, quién sabe para qué. Hablábamos del amor.

Éramos momentos. Hablábamos de los ríos metafísicos, de que ninguno de los dos sabía nadarlos. No había envidia, no había celos, no había inventos. Había risas, había silencios. No había prejuicios, no había convenciones, no había protocolos. Éramos momentos.

Había tristezas y había miserias, pero no tenían dueño, eran pobres huérfanas que se revolcaban por el piso a nuestro alrededor. Pero mientras estábamos juntos, nadie las observaba a ellas. Nos hicimos amigos, hablábamos del amor, éramos momentos.